miércoles, 19 de enero de 2011

MUCHACHADA IRREMEDIABLE.


Yo, era un chico como cualquier otro, un estudiante de secundaria. Siempre pedía a mis padres que me dieran permiso para salir a pasear con mis amigos y compañeros del Cole. Mis padres dos personas, de costumbres conservadoras;  mamá criada en un ambiente religioso siempre preocupada de las crónicas rojas de los diarios y noticias. Papá, hombre de duro carácter siempre dispuesto a hacer respetar sus ordenes; atento a cada movimiento que hago; por lo que trato siempre de algún modo de refugiarme con mis compañeros. Con mis panas del cole, siempre decíamos ¡Qué viva el relajo! Era nuestro lema. ¡ Solíamos ir a millón lados ! .

Cierto día pedí permiso para ir a navegar con mis compañeros, pero como ocurre en ciertas ocasiones, mis padres se negaron a concedérmelo. Yo como era costumbre, cuando ellos no concedían el permiso para que yo saliera, me escapaba o inventaba algo para poder salir. Como todos los jóvenes decimos: ¡Qué diablos que me peguen luego!

Así salí por la ventana de mi cuarto en busca de una aventura y una paliza. “Paliza que nunca llegaría”.

Ya en el muelle con mis amigos nos pusimos a tomar tu sabes para entonarnos. Borrachos hasta el cuello subimos a la lancha y nos fuimos a alta mar. El mar estaba sobre picado y nosotros reborrachos. Un amigo, Ricardo, era quién conducía la lancha. Una ola inesperada golpeo la embarcación, la cual se volteó y nosotros con ella.      

Mis piernas me pesaban demasiado como para poder nadar, eso es lo único que me acuerdo. Luego abrí los ojos en una imagen empañada y me llamó la atención ver a mis padres parados junto a mi llorando.

Mi pobre madre tenía los ojos enrojecidos e hinchados; mi padre con una cara tan sería la cual nunca se la había visto antes.

¡ Mamí, papí ya no lloren yo estoy bien !. Por más que decía y gritaba todo era inútil, no me escuchaban. Después solo me acuerdo que ver a todos mis familiares vestidos  de negro, con caras largas, tristes y llorando. Era una función escalofriante, ver a todo el mundo y que nadie me viera. También estaban los padres y demás familiares de mis amigos y los de mi amigo Ricardo.

Pero eso no fue realmente lo que me asusto, fue el ver cinco ataúdes y dentro de uno me encontraba, estaba en un estado totalmente deplorable. Cuando de pronto los metieron en un surco y comenzaron a echar tierra sobre ellos. Observe todo a mi alrededor y era un lugar de descanso para lo que ya su luz de vida se había extinguido, en ese preciso momento entendí que estaba muerto.

¡ Oh , Dios ayúdame! ¡No estoy muerto, solo tengo 16 y además me falta por vivir! Prometeré ser el mejor hijo, amigo, pero por Dios dame una oportunidad.

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